La herida que no recuerdas, pero que aún te duele

Descubre cómo sanar el abandono que marcó tu infancia sin que lo supieras. Esta carta emocional te acompaña en tu proceso de transformación.

REFUGIO

Katia Medeles

La herida del abandono temprano

Cuando un niño es abandonado —aunque nadie lo nombre, aunque no se diga en palabras— algo en su interior lo percibe y lo guarda. Más tarde, sin saberlo, lo repite.

Las huellas de un abandono temprano son profundas. Afectan a las emociones y dejan la sensación de no ser suficiente, de no ser visto, de tener que esforzarse más para merecer amor.

Así crecemos: intentando complacer, ser buenos, caer bien, no molestar… todo para que no nos vuelvan a dejar.

Lo más difícil es que muchas veces no sabemos que esto es lo que nos ocurre. Solo sentimos un vacío, una tristeza sin motivo aparente, una falta que se cuela incluso cuando “todo va bien”.

Lo que vivimos en la adultez suele estar teñido por esas experiencias que ocurrieron antes de que tuviéramos palabras para comprender. Historias que no recordamos, pero que el cuerpo nunca olvidó.

Existen abandonos voluntarios, forzados, visibles y también invisibles. Puede ser la muerte de una madre, la partida de un padre, una separación inevitable. A veces no hay intención de dañar, pero el impacto queda.

El cerebro no necesita razones. Solo guarda la emoción. Y cuando esa emoción se asocia con “abandono”, la herida se instala.

En mi caso, lo viví desde que nací. Mi madre casi muere por una hemorragia severa y tuvo que dejarme tres meses al cuidado de mi abuela. No fue abandono por falta de amor, fue por supervivencia. Pero mi cuerpo lo sintió como abandono. Me costó años entender que no era mi culpa, que no me dejaron porque no me quisieran. Sanar esa parte tomó tiempo… pero fue posible.

Y también lo es para ti.
Si en tu historia hubo abandono —por separación, enfermedad, distancia o decisiones ajenas— quiero recordarte algo importante: siempre es un buen momento para sanar.

Habla. Pregunta. Escucha la historia completa. Hazlo no desde el reclamo, sino desde el deseo de entender. Porque cuando conoces la verdad, tu cuerpo deja de vivir en estado de emergencia. Algo se transforma. Te liberas.

Si aún cargas con la sensación de no ser suficiente…
Si todavía duele que no estuvieron…
Si te cuesta confiar, amar o recibir amor…
Busca esa historia. Permítete sentirla. Y luego, suéltala.

Recuerda: no eres tu herida.
Eres valios@, precios@, luminos@ solo por existir.
Y tu verdadera luz merece brillar con toda su fuerza.

Que estas palabras te recuerden que no estás sol@, y que tu luz merece brillar con toda su fuerza.

Contenido protegido por derechos de autor. Gracias por honrar la energía con la que fue escrito.

Si este texto resonó contigo, te invito a explorar más en nuestras experiencias de Emoción Lab.